Tardes de café, de plazas y de humo. Desde una tacita de café se ve un mundo distinto, el tiempo corre despacio, los problemas se desvanecen y los sentidos despiertan de su sueño cotidiano. Aquí la vida pasa sin prisas, sin preocupaciones y uno se queda suspendido por un instante, sumergido en un mar de calma. Desde una tacita de café uno se relaja y le da rienda suelta a sus pensamientos. La imaginación se libera y aparece frente a nosotros un torbellino de ideas liberadas del encierro de la preocupación por lo inmediato, siempre lo siguiente. Comienza el viaje a un lugar sin límites ni fronteras.
Uno de los principales atractivos de este lugar es su aroma, este es un placer que inunda los sentidos y que nos transporta a otros lugares, en tiempos distintos. La memoria nos permite transportarnos a lugares donde los recuerdos cobran vida, a lugares donde los sueños toman forma. Nada como cerrar momentáneamente los ojos y poner atención a cada uno de nuestros sentidos, cada uno llenándonos de sensaciones olvidadas.
En mucho mejora la vista si se tienen acompañantes en este viaje. Una mirada al mundo desde una tacita de café nos permitirá, si se disfruta acompañada, compartir un momento único que estrecha lazos y que amplia nuestra visión del mundo. La hora del café es una hora de convivencia, aunque sea con uno mismo.
El mundo visto desde una tacita de café es el gusto por congelar un suspiro, es el gusto por disfrutar la vida.
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